El tiempo en mis manos es tan etéreo como brisa de verano. Aunque es inconstante, inestable y a veces caprichoso, es también simpático, sensato, sabio y agradable.
Y es que a veces se torna un caballo difícil de domar, en realidad, no se si me esfuerzo lo suficiente por lograr hacerlo o si soy el jinete adecuado.
Lo que si se, son seguridad y entereza, es que a veces no quiero domarlo, solo me hago cómplice dejándolo correr libremente, disfrutando su paso y libertad salvaje.
Me gusta jugar con él de tanto en tanto, y es que a veces me sumerjo en las extensiones de sus terrenos olvidándome del mundo por completo, perdiéndome en esos campos extensos de pastizales verdes y flores vivas que, aunque a veces se convierten en escabrosos laberintos y viceversa, valen la pena transitar, para aprender, crecer, madurar y fortalecerme.
Cuando me reincorporo en la realidad nuevamente, me sorprende que el tiempo haya pasado demasiado rápido para todos... sin embargo para mi, va lento.
Pero no es una lentitud perpetua en un siempre eterno, es tan solo un destiempo.
¿Será que para mi, que el tiempo dejó de ser tiempo...?
(¿O tan solo ha pasado a ser momentos?)
Solo se que hoy por hoy, día tras día voy almacenando un pasado. Y quiero que sea lo más lindo y ameno posible.
(ahora es ayer)
El presente se hace efímero, y es por eso que puedo disfrutarlo, tomando conciencia de cuán corto realmente es. Aunque un momento puede durar una eternidad si lo deseo, con solo saber que está la puerta abierta para visitar ese lugar mágico, donde todo es perfecto y el tiempo ya no es etéreo, sino que es un siempre, un nunca y un quizás. Es todo.
El encanto de ese lugar reside en el corazón de la persona que lo posee, donde puede batallar con sus más tormentosos miedos (superándolos), donde es dueño y señor del mundo entero, donde se pueden alcanzar las nubes a la par de un dragón gentil que nos da la fortaleza para seguir. Donde todos somos príncipes y princesas, donde todos somos hadas y duendes, donde todos podemos también realizar nuestros sueños, donde la realidad es tan simple como la de un niño jugando. Un lugar donde las virtudes prevalecen y los defectos desaparecen.
Es entonces cuando la mente se aclara, nos sentirnos enteros, vivos, únicos, livianos y tranquilos. Sabiendo que en cuanto algo nos atormente, ese lugar estará siempre ahí para salvarnos, para encontrarnos a nosotros mismos, para recordar quiénes somos y de donde venimos. Y es así como adquirimos la valentía para seguir adelante y salir campantes de desgracias y adversidades.
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