Volver por las noches solitarias de invierno, me genera adrenalina, pero aún así camino despacio por la calle propiamente dicha, sin temor a que me pise ningún auto.
Esa misma adrenalina que se genera por la sensación de inseguridad que se vive, pero que vale la pena por la tranquilidad propia de la noche invernal.
Me genera miedo y placer.
Pero cierta tranquilidad a la vez.
Mis únicos compañeros son un repartidor de pizzas y algún que otro perro que busca refugio o comida.
Y es que... ir caminando y que de repende mis sentidos se inunden con el olor a madre selva de ese jardín hace que valga la pena arriesgar mi pellejo caminando sola por las desoladas calles de mi barrio. Mirar las estrellas, las copas de los árboles danzar con la suave brisa fría y gentil, respirar el aire fresco escondida detrás de la bufanda que me tejí con tanto amor...
Y aún siendo consciente del peligro... y aún habiendo pasado por tantas situaciones ingratas, vale la pena...
¿vale la pena?
Es que debería poder caminar tranquila por las calles de mi barrio sin preocupación ni adrenalina. Solo con tranquilidad... a la hora que sea...
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