En algún rincón de su alma supo que no había más nada, excepto desesperación.
Sentía su sangre golpetear furiosamente las paredes de sus vasos, como si un vendaval hubierase desatado dentro de su cuerpo.
La angustia la invadía centímetro a centímetro, de repente, un sentimiento sombrío y profundo de tristeza la derrumbó hacia el vacío.
Y cayó...
Rodó hasta yacer inmóvil, atónita, casi desalmada...
Sus vidriosos ojos miraban hacia la nada.
Y allí exhaló...
Fue un grito mudo en el medio de la tormenta de su alma.
Y quedó vacía.
Y no quedó más nada.
Y la lluvia cayó empapándola.
Y nadie la vió...
Porque todos pasaban apurados, como si no existiera... pero allí estaba.
La lluvia ya no la mojaba, pero seguía contínua e incesante...
Alguien por fin la vió...
La resguardó un momento, en el que cruzaron miradas, un gesto amable y una sonrisa él le entregó, más luego regalándole su paraguas él la dejó.
Entonces ella se reincorporó de un salto... miró hacia todos lados, pero lo perdió.
La multitud lo camufló al instante...
Ella recordará por siempre la compasión contenida en la expresión de alguien que, por un instante, la cuidó.
Y con la sonrisa rota cruzará el parque en busca de la tranquilidad.
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